Mi nombre es Alejandra Sanabria, soy de un pueblo de Cartago, Costa Rica.
Todos sin excepción tenemos una vocación, es decir, una razón de ser, de existir, un llamado de Dios único e irrepetible para cada uno. Yo les contaré cómo descubrí este sueño de Dios en mi vida.
De mi infancia diré que crecí en una familia que me inculcó los valores cristianos, era una niña piadosa y creo que esto me valió para todo lo que viví posteriormente, porque ya en mi juventud esto se fue apagando.
Cuando entré en contacto con otras realidades, personas, las cosas del mundo me fueron seduciendo y atrayendo, experimentaba una verdadera lucha dentro de mí, pues quería agradar a mis padres, que no cesaban de llamarme la atención, dialogar y buscar formas de negociar conmigo, para que no me perdiera; pero también quería salir con amigos y pasar largos tiempos en charlas o gastándonos el tiempo en el silencio de las noches, contemplando las estrellas, nuestra sed de inmensidad se aplacaba en esas misteriosas experiencias que no comprendíamos, pero que disfrutábamos mucho.
Así pasaron los años, tenía una vida hecha, un buen trabajo, bien remunerado, amigos y hasta un novio con quien creí compartiría toda la vida… pero algo muy dentro de mí, me hacía experimentar un vacío existencial, buscaba la felicidad, la verdad, me buscaba a mi misma, todo fuera de Dios, pero esto hacía cada vez más palpable el sin sentido de la vida.
Fue cuando hice un alto en el camino, tomé consciencia de que mi vida iba hacia la nada y por instinto, al abrir mis oídos para escucharme, mis ojos se elevaron al cielo y me di cuenta que luchaba contra el único que me podía dar la felicidad.
Desde entonces mi mirada se fijó en Él y clamé por su auxilio, pues no sabía cómo, ni por donde volver a empezar. Fue así cómo esta plegaria sencilla que salía del alma, alcanzó atraer la mirada y el abrazo misericordioso del que es el Amor, ya que sin saber cómo, a partir de ese momento mi vida cambió radicalmente, Él fue poniendo los medios y las personas que dieron respuesta a mi oración.
Celebrar la Eucaristía, adquirió un sentido totalmente nuevo, en ella experimentaba la fuerza del amor de Dios, cuanto más la frecuentaba más crecía en mí la necesidad de compartir esta alegría, en esta nueva búsqueda cargada de sentido, llegué al Carmelo Misionero Seglar, grupo de misioneros que viven la espiritualidad de las Carmelitas Misioneras, aquí mi corazón se fue ensanchando: “porque el amor es lo único que crece cuando más se da” y por eso a los años de estar cerca de las hermanas, de compartir con ellas, su testimonio, la alegría de vivir el evangelio, sentí la invitación de seguir a Jesús como los primeros discípulos, dejarlo todo y vivir como Él el proyecto de las bienaventuranzas.
Fue así como inicié esta experiencia. Miedo!!!??? Si, lo tuve, pero sólo haciendo la experiencia es posible saber si realmente este es nuestro lugar.
Un día me dijo Jesús: “Ven y lo verás”…Y yo acepté la invitación.