Para interpretar los hechos, expuestos en la pasada página, es imprescindible encuadrarlos en el conjunto de vicisitudes relativas al pontificado del obispo Puigllat, rico en tensas relaciones con su clero. El P. Coll Mn. Escolá- creador y director de la academia bibliográfica mariana de Lérida, colaborador de Palau en las misiones populares-, el vicario general de la diócesis, etc. Ellos son sólo alguno de los anillos alusivos a una cadena de conflictos, los cuales agitaron el pontificado de este obispo. Todos recurrieron, en expediente de apelación, contra él, con lo cual se obstaculizaba la misma vida de la diócesis. El vicario general fue cesado, por el obispo, quien no permitía, a nadie poseer opiniones propias: “A conocer este clero, antes de mi llegada a ésta, no hubiera venido.” -apostillaba con actitud de víctima-.

Cansado de tanto soportar, Palau decide acudir a la vía legal para aclarar su posición a la vista de todos. Pide ayuda al párroco de Aytona. Al mismo tiempo, la familia Palau solicita audiencia al obispo; querían defender a su hermano, pues creían injustas las censuras vertidas contra él. El obispo ni la concede, ni se digna dar respuesta. ¡Gracias a Dios, los había más educados!

Palau debía predicar la novena del Carmen en Tarragona. Al no recibirla solicita la legalización del oficio, instruido por el obispo. Como no respondía le propuso una alternativa: la revocación amistosa de la censura o la aceptación de la vía legal. Ante el metropolitano de Tarragona, ¡claro!, ¡podía decidir!

Espera dilatada e inútil. Tampoco obtuvo respuesta. Palau le adjuntó un ejemplar del dossier, que pensaba presentar en Tarragona. Así podía estar al tanto de todo. ¡Honrado y leal hasta el fin!. Tal vez fue la decisión de Palau de recurrir al metropolitano, la que cambió de actitud a Puigllat, en esta cuestión.

Cierto, para condenarlo se requerían condiciones objetivas: delito verdadero, externo, grave y consumado. Y esto no se podía probar en Francisco. Tampoco era contumaz ni obstinado, pues, repetidamente, se había humillado y pedido perdón, sin obtener nunca respuesta.

Sin saber por qué, en 1868, Puigllat le concedió las facultades, y no volvió a insistir en el asunto; pero no olvidó cuanto había sucedido. Indagó, hasta enterarse, si Palau había presentado recurso ante el metropolitano.

En una ocasión afirmó: Mi antecesor me escribió cosas terribles de él. Como podemos comprobar, uno y otro dejaron caer una copiosa lluvia de falsedades, sobre este hombre de Iglesia. A la base detectamos mucha hostilidad y resentimiento contra él. ¡Lástima! ¡Cuánto sufrimiento inútil!.

La predicación de Palau en algunos pueblos de la diócesis de Lérida -al año siguiente- manifiesta la favorable acogida por parte del prelado. Poco antes, había comenzado a edificarse, en Aytona, el colegio de niños, bajo los auspicios de nuestro protagonista. Importante labor de promoción religioso-cultural a favor de sus conciudadanos, quienes la agradecían.

Hechos que suponen haber normalizado las relaciones hasta la muerte de Puigllat -1870-. Normalidad prolongada durante el gobierno del vicario. En los últimos años de su vida Palau visitó, con frecuencia, su villa natal.

Por fin quedaba radicalmente zanjado el problema de Puigllat con Palau. Desaparece la hostilidad, se incrementa el panorama positivo, pues el obispo cambió de postura; hasta llegó a convertirse en defensor de las comunidades religiosas.

En este recorrido transitorio nuestro, todo resulta relativo. Incluidas las situaciones más escabrosas. ¿También las que tanto sufrimiento nos producen?¿La guerra? ¿Las pandemias?  ¡Ojalá!. Confiamos.

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