FRANCISCO PALAU

FUNDADOR  IV

 

Su experiencia del misterio de la Iglesia discurría al unísono con la situación de búsqueda. ¡Cierto! Y a través de este misterio le fue desvelada la ruta a seguir. Tanto a nivel personal como en relación a sus grupos. Francisco lo denomina mi misión.

Este hombre escalaba cumbres vocacionales. Por aquel entonces -1860- estaba a punto de granazón interior. Cuando escribe a Juana, poco después, se había producido, en su interior, una profunda transformación espiritual. Capaz de resolver la paradoja de su vocación como fundador. Los últimos días de Palma y Ciudadela son y serán memorables, porque el Señor se ha dignado fijarme, de modo más seguro, mi camino, mi marcha y mi misión….- manifiesta a uno de sus hijos¡Palau ha descubierto el tesoro!. Ahora, estoy, ya, resuelto -concluye-. Y señala las posibilidades que se le ofrecen. Diversas. Así contará con la oportunidad de organizar la vida comunitaria entre sus seguidoras/es.

De entre las cenizas del pasado ha renacido, en su alma, la llama fundacional. Los designios de Dios -esperados y asumidos- se le hacen patentes. Poco aparecían ocultos en la noche. Todo ha sido fruto del cambio trascendental, operado en su espíritu. El P. Palau ha comprendido algo nuevo: el sentido de su vida. ¡Casi nada! En la Iglesia y para la Iglesia, sí, sí. Lo ha visto realizarse, concretamente, en su paternidad espiritual: Hasta entonces no comprendía, sino muy en confuso, cómo podía ser yo Padre en la Iglesia y de la Iglesia. ¡Grandeza del misterio!

Supuso un enorme recorrido de años en búsqueda. ¡Arduo! Y sobre ellos, llegó ese rayo de luz. Así se le esclareció la entraña vocacional: comunión de vida. A partir de ahora, su ser girará, todo él, en torno a esa primordial realidad: comunión profunda entre el Dios de los hombres y los hombres de Dios. ¡Inseparables!

Las esencias de su vocación carmelita quedarán empapadas por la nueva savia eclesial. En todo lo que hace, percibe la presencia de la Iglesia: su Amada. Ahora sí puede trasmitir vida a otras personas. Modelarlas. Con la impronta inconfundible de su carisma. Confirmado, a día de hoy, en la experiencia de esa llama en tantas hijas/os. Integrados en diferentes momentos de la historia y lugares del planeta.

Ante semejante experiencia no pudo declinar la llamada fundacional. Y es ahí, donde percibe, de manera más clara, la realización de esa paternidad espiritual. Revelada por Dios. ¡Intensa claridad en el trayecto! Sí. Luminosa situación. ¡Seguro! Cuando alumbra la nueva familia religiosa femenina confiesa: Para mí no hay más que la eterna paternidad de Dios comunicada a mí y, la filiación a vosotras. Y en esto…. todas sois una sola filiación en Dios.

Entre los fundadores no es frecuente una conciencia tan clara de la paternidad espiritual, vinculada a la propia obra -anota el P. Eulogio-. Llegado a la madurez interior, Francisco se da cuenta de algo impensable hasta entonces: la realización de su misión en la Iglesia, va unida al proyecto fundacional del Carmelo Misionero. ¡Feliz coincidencia, para nosotras! ¿No es así?  ¡¡¡Somos hijas del misterio!!!

Al ahondar en la percepción del sentido eclesial, expresado en su nueva familia, comunica a su íntima colaboradora, Juana Gratias: Yo admiro en vosotras la obra de Dios. Y concluye: Vuestra obra es la mía y la mía y la vuestra es la obra de Dios. Por lo mismo que nuestra obra es obra de Dios, o no marchará o ha de fundarse sobre la protección especial de su providencia.

Obra de Dios y obra humana. Pues realizada por las personas, para gloria de Dios, lleva la contraseña de dificultades y sufrimientos. ¡Vínculo indestructible entre don y responsabilidad personal -incluye-! ¿Verdad?

 

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