Antes de la respuesta del obispo, a aquella valiente interpelación, Palau abandonaba, definitivamente, Francia. Sin embargo, el obispo de Montauban continuó considerándolo díscolo. Como persona poco recomendable, ¡Claro!. Escribió al prelado de Barcelona, nada más enterarse que Palau había recalado allí. Francisco se justificó de tales cargos. Pero, ¿qué más podía hacer? Pues, sí, redactó una minuciosa narración de los hechos para el prelado Costa y Borrás. Su amigo.
Previo a meterse, de lleno, en los cometidos de la diócesis, el P. Palau estudió, detenidamente, la situación de Cataluña. Dedicó largo período de tiempo al retiro, con este fin ¡Era práctica muy suya discernir, detenidamente, los proyectos! Trataba de acertar en el rumbo de su vida. Buscaba descubrir los designios de la Providencia sobre él. Y se le descubrieron. ¡Dios, siempre, nos precede! ¿Verdad?.
Se puso bajo la dirección del viejo amigo, el Doctor Costa y Borrás. Dios le quería en el apostolado. El prelado le confió la dirección de los ejercicios espirituales. En el colegio episcopal, sí. Entonces, en función de seminario diocesano. Con lo cual el obispo reconocía en él dotes relevantes. Y destacada ejemplaridad sacerdotal. De hecho, ¡gran aprecio le demostró, siempre!. Compartieron grandes alegrías y enormes contrariedades.
Las necesidades pastorales de la ciudad condal eran muchas y apremiantes. Y el servicio a la diócesis requería planteamientos nuevos. De la comprobación pasó al estudio y a la realización. Todo, menos adaptarse a la rutina de siempre.
Palau ayudaba al anciano párroco de S. Agustín, en calidad de auxiliar. Aunque se dedicó, plenamente, a aquella misión, le quedaba amplio margen de tiempo para otras actividades. Él, hombre con penetrante mirada de futuro, con enorme capacidad creativa, emprendedor y trabajador incansable. Capaz de proyectar y realizar mucho más.
Desde su servicio pastoral descubrió campo abierto para sus diversas aspiraciones. Quería impartir formación religiosa y cultural a los adultos. Pues se encontraban a mínimos, en lo uno y en lo otro. Decidió crear una entidad apostólica-piloto. Si daba resultado podía ser la primera de una gran red, esparcida por la geografía nacional. La proyectaba como un trampolín para la recristianización de las grandes ciudades. Desde ellas, se desplegaría por todo el país.
Así engendró y así nació la Escuela de la Virtud. Asociación que pudo considerarse la obra apostólica mejor planificada de Palau. Y el Catecismo de las Virtudes -texto fundamental de la Escuela- es, indudablemente, su escrito más logrado. Hasta desde el punto de vista literario. ¡Polifacético, este hombre!.
Al redactar, el catecismo, para maestros y alumnos, Palau solo aspiraba a proporcionarles, una síntesis de lo reflexionado en la Escuela. En él reducía a principios todo cuanto sobre la virtud, los escritores sagrados habían publicado: Me ha parecido podría ser de alguna utilidad, a los alumnos de nuestra escuela. Para acomodarlo a la capacidad de todos se lo ofrezco en forma de catecismo -manifestaba-.
Conocemos la organización, funcionamiento, éxito y supresión violenta de la institución. Sólo así comprenderemos el origen, contenido y finalidad del Catecismo de las Virtudes.
Los actos o funciones de la Escuela eran de carácter religioso-cultural, sí. Constaban de dos horas de enseñanza semanales. Intensivas y, sistemáticamente, planificadas. Tenían lugar las tardes de los domingos del año. Era una forma adecuada para remediar la ignorancia religiosa. Palau defendía, con valentía, el dogma católico. Insistentemente atacado por las nuevas corrientes ideológicas. Por los sistemas filosóficos, entonces vigentes, también.
Sistematizó los temas a desarrollar. Los anunciaba con una semana de antelación. Tanto en la prensa como en hojas sueltas. Incluso distribuía, impreso, el texto-base de las lecciones. ¡Admirable pedagogo, Palau!. Tratado semanal estampado en cuadernillos de pocas páginas, llegó a ser el manual.
En la Escuela de la Virtud se formará al pueblo en lo racional y en la espiritualidad. ¡Nada menos! A esta finalidad de enseñanza clara, ordenada y sistemática responde el Catecismo de las Virtudes.